«Mañana busco a Louis» | Escritos para #WomenInJazz

Descolgaba los cuadros con la calma asustadiza de quien no sabe despedirse.
Descubriendo de nuevo el blanco roto de aquella pared, volvía a sentirse vulnerable, como el primer día que durmió bajo aquellas pinturas con los rostros de sus voces mentoras.
Mientras el vértigo ganaba espacio, pensaba. Demasiado alto para lo que quería oír, demasiado bajo para la contundencia del cambio que estaba preparando en aquellas cajas.
Encendió la radio para que alguien más hablara entre las cuatro paredes que estaba a punto de abandonar. Los cuadros de Nina Simone, Miles Davis, Billie Holiday y Ella Fitzgerald, daban fe de las notas que allí habían nacido, y ahora serían testigos de las noches en que ella llegara agotada de ensayar para, al fin, subir al escenario que había estado persiguiendo durante más de 10 años.
“Una de las muchas cosas que odiaban los nazis era el jazz. Una música que llegó a prohibirse en el emisoras alemanas y en los países que durante la Segunda Guerra Mundial cayeron en sus manos. Hitler consideraba que el jazz era una música degenerada…”
Y cambió de emisora en su cerebro, dejando atrás las dudas de por qué ella, de si sería capaz, para viajar al Berlín de los años 30 y 40, donde el estilo de música que le había salvado de una infancia solitaria, podría haberle privado de su libertad y haber puesto su vida en riesgo.
Se sentó frente a Louis Armstrong y escuchó su versión de Mack the knife, tema de la La ópera de los tres centavos, escrita por Bertolt Brecht y con libreto de Kurt Weill, con la que la locutora seguía poniendo escenario y banda sonora a su efímera evasión.
Un tarareo que movía el aire desde su garganta, le sorprendió al mismo tiempo que en la radio una música estridente anunció el boletín informativo, provocando un aterrizaje forzoso entre cajas de cartón que anunciaban algo que a ratos temía: era el momento de atreverse, de salir a escena y vivir la realidad que tantas madrugadas insomnes había inventado.
Para este nuevo reto iluminado con los mejores focos, latente tras unas cortinas de terciopelo rojo y expuesto ante un centenar de butacas, iba a necesitar una cara amiga.
“Mañana busco a Louis. Sin un cuadro de Louis Armstrong no me sentiré arropada, lo necesito”. Y después de creerse su nueva superstición, cerró la última caja, se acercó al tocadiscos, que aún resistía fuera de las pompas de plástico, y escuchó la última canción de su antigua vida. Esta vez, quien rugía era Nina.
– Por Iduna RuSol.